La economía afronta un cambio de paradigma
Pasados ya varios meses desde que coronavirus hiciera su irrupción en China, parece evidente que está pandemia va a cambiar ciertos rasgos del estilo de vida que ha predominado en Occidente durante décadas. Quizá la mascarilla se convierta en un complemento obligatorio, los geles de mano en un objeto omnipresente y compartir una tapa entre varias personas en un recuerdo del pasado. Al igual que el estilo de vida cambia, la economía también podría estar sufriendo una transformación que de lugar a una nueva era o a un nuevo paradigma que ya venía asomando la cabeza desde la Gran Recesión. Aunque estos cambios aún no son evidentes, se distinguen varias tendencias en ciernes que podrían marcar el devenir de esta nueva corriente económica que ha venido de la mano del coronavirus.
Hasta la fecha, el cambio más relevante que se ha podido apreciar es la intervención masiva de los gobiernos en la economía para intentar amortiguar el golpe de la pandemia, tanto en términos de vidas como económicos: control sobre exportación e importación de material sanitario, confiscación de varios productos, entrada en el capital de empresas, control de precios, estímulos económicos masivos… Medidas que podrían convertirse en habituales si el coronavirus no termina marchándose de la misma forma que llegó.
El carácter excepcional de la crisis ha impulsado un cambio en la economía. Yves Bonzon, CIO de Julius Baer cree que “a partir de ahora, los gobiernos ya no tienen otra opción que intervenir masivamente, no solo en los mercados, sobre todo en la economía real para evitar un escenario de desastre similar al de los años 1930”.
Este economista comenta en una nota que a principios de la década de 1980, con Ronald Reagan y Margaret Thatcher al mando de dos de las potencias económicas del globo, el neoliberalismo se estableció gradualmente como la ideología económica dominante. A esto hubo que sumar el flagrante colapso de la Unión Soviética, que dejó sobre el tablero una única forma de economía que, además, había demostrado ser mucho más eficiente a la hora de incrementar los estándares de vida de la población. Esta victoria y la falta de una alternativa económica real, quizá, permitieron al capitalismo ir demasiado lejos, potenciado por los propulsores de la globalización, el libre comercio y las tecnologías digitales.
Este paradigma se ha mantenido de forma incontestable hasta la gran crisis financiera de 2007. “Desde entonces, esta filosofía se ha mantenido haciendo esfuerzos y a pesar de la crisis en la Eurozona, que reveló los límites de los criterios de Maastricht (inspirados por la doctrina neoliberal) a plena luz del día. El coronavirus ha sonado como su sentencia de muerte. De ahora en adelante, los gobiernos ya no tienen otra opción; deben intervenir masivamente no solo en los mercados, sino sobre todo en la economía real para evitar un escenario de desastre al estilo de los años treinta. Estamos entrando en la era del capitalismo patrocinado por el estado, casi de la noche a la mañana. Estamos perdiendo unos mercados libres”.
Los gobiernos, con buena intención, intentarán mitigar los efectos del coronavirus, que como han demostrado otras pandemias en la historia van más allá del corto plazo. Frederic Boissay y Phurichai Rungcharoenkitkul, economistas del Banco Internacional de Pagos, explican en una nota que unas medidas restrictivas durante un periodo prolongado de tiempo pueden cambiar muchas cosas. “Las empresas en quiebra no contribuirán a la producción cuando se levanten esas restricciones, y podrían interrumpir las cadenas de suministro de las empresas que hayan sobrevivido. Los desempleados podrían perder habilidades y las vías para interactuar con las empresas, que son costosas y requieren tiempo para restablecerse. Las dificultades y la desmoralización a su vez podrían tener un impacto en la productividad laboral. La experiencia de recesiones pasadas sugiere que estas cicatrices en el tejido económico pueden ser profundas y persistentes (histéresis)”.
Aunque el coronavirus afloje o incluso desaparezca, los daños pueden ser graves y la sociedad recurrirá a los gobiernos para que intenten suavizar esa dura transición hasta que la economía vuelva a alcanzar su crecimiento potencial y el pleno empleo. Como se ha podido ver en los últimos tiempos, ni alcanzando estas dos metas se ha logrado una sociedad más igualitaria y en la que se haya podido acabar con la pobreza y la desigualdad de oportunidades.
Además, “una vez que termine la pandemia, y la economía, como la sociedad, se recupere, los gobiernos tendrán que descubrir cómo repartir la cuenta. Pero aunque habrá llamadas para que los gobiernos den un paso atrás, persistirá la justificación de una intervención estatal notable. Ante la amenaza a la vida que supone una pandemia, las personas estarán más dispuestas a aceptar restricciones a sus libertades y al seguimiento de su comportamiento. En industrias como las aerolíneas donde las compañías se están enfrentando a una pérdida de ingresos casi total durante un largo período, puede ser necesaria la nacionalización o el apoyo estatal”, señala Mark Cliffe, economistas de ING, en un documento centrado en la nueva sociedad que nacerá tras el coronavirus.
Este experto cree que en otros campos, como la atención médica y los productos farmacéuticos, la intervención se justificará por razones de salud pública y seguridad nacional. Las preferencias cambiantes de los consumidores y las prioridades políticas implicarán un cambio importante en la estructura de la economía que obligará a los gobiernos a intervenir de una forma u otra en las políticas industriales, impuestos a las empresas, ayudas estatales y leyes de competencia.
Otro cambio que ya se deja ver de forma evidente es el fin de la frontera que ha separado a banca central (política monetaria) y gobiernos (política fiscal) durante años. Los niveles de deuda con los que se va a salir de esta crisis hace prácticamente imposible la sostenibilidad de la deuda sin unos tipos de interés muy bajos y compras de activos a gran escala. Esta dependencia podría verse de forma clara en un futuro próximo en el que algunas de las consecuencias del coronavirus lleven a la la inflación a subir por encima del 2% (objetivo marcado por la banca central) y los bancos centrales se nieguen a elevar los tipos de interés por miedo a generar una crisis de deuda de cualquier tipo.
La globalización y las cadenas mundiales de valor están más en duda que nunca. La falta de confianza en la globalización lleva asomando la cabeza algunos años más, culpada de la pérdida de millones de empleos en los países desarrollados y de la desigualdad de rentas, pero esta pandemia ha podido ser la estocada final. “El hecho de que la pandemia emanara de China, la fábrica del mundo, expone la vulnerabilidad de las cadenas de suministro mundiales. La fragilidad de depender de China como proveedor único de tantas piezas y productos, y la naturaleza compleja de muchas cadenas de suministro, obligarán a repensar los modelos y procesos comerciales… La interrupción directa de la pandemia ha puesto de manifiesto la necesidad de asegurar suministros críticos como alimentos, suministros médicos e insumos básicos (como fuentes de energía) y componentes”. Este movimiento es uno de los que puede impulsar la inflación a medio plazo y poner a prueba a la banca central, como se señalaba en el anterior párrafo.
El coronavirus también puede dar el último empujón a los partidos populistas para que tomen el poder en una buena parte de los países. Por un lado están los que pretenden aprovechar la pandemia para hablar de fronteras y la necesidad de recuperar su control. Por otro, los que en un intento (necesario) por aliviar la situación de los más desfavorecidos podrían convertir subsidios, rentas o ayudas de carácter temporal y limitado en un arma política para asegurar el apoyo de una parte del electorado en próximas elecciones. Tanto los primeros como los segundos pueden aprovechar el momento excepcional para convertir esas políticas en la nueva normalidad.
Otro de los cambios que parecen evidentes es la aceleración de la digitalización. Los países que estén mejor preparados para teletrabajar podrían ser los ganadores en un mundo en el que irrumpan pandemias similares al coronavirus. La tecnología y la digitalización permite a algunos sectores mantener la actividad y la producción con muy poco personal trabajando de forma presencial. El caso de España es preocupante en este aspecto, pues, por una parte, presenta graves carencias de formación de su capital humano para el uso de las nuevas tecnologías y, por otras, el sistema productivo está muy sesgado hacia actividades que requieren de la presencia física como la hostelería o el turismo, algo que es muy complejo de revertir en un periodo corto de tiempo.
Por último, la digitalización también puede ayudar a que los ciudadanos repudien el dinero en efectivo por el miedo a que billetes y monedas sean transmisores de virus y bacterias. Aunque esto se ha puesto en duda, no se puede negar que el dinero, al menos, es otro conductor del coronavirus que presenta el mismo riesgo que tocar cualquier superficie común “como un pasamanos en el metro o un pomo”, explicaban desde el Banco de Inglaterra. Al igual que muchos ciudadanos han comenzado a abrir los pomos con el codo y a evitar el contacto con objetos del exterior, el uso del dinero en efectivo también podría reducirse.
La mayor parte de estos cambios se venían reclamando (o produciendo) desde hace unos años, sobre todo tras la crisis financiera de 2007-2008. Ahora, el coronavirus puede actuar como propulsor de la mutación del paradigma económico que ha imperado en Occidente durante más de medio siglo.