El Brexit debilitará a Bruselas y sacudirá la economía británica en los próximos años
Este sábado se pondrán fin a años de debates políticos sobre el futuro del Reino Unido dentro de Europa con la materialización del Brexit. Pero, por muy esperada que fuera a estas alturas, la ruptura se saldará con un claro impacto en ambos lados del Canal de la Mancha. Y el coste se verá en una pérdida de influencia de Bruselas y un duro golpe a la economía británica.
Para Jean-Claude Juncker, el Brexit era de alguna manera cuestión de tiempo. El ex presidente de la Comisión Europea ya señaló en una entrevista la pasada primavera que “mi impresión ha sido siempre que nunca se sintieron cómodos en la UE, ni sintieron alegría al unirse a la UE”. “Para ellos era una cuestión de negocios, no valores”, remató.
Bruselas y el resto de capitales de la UE han recurrido a las cifras para cuestionar la decisión de los británicos. Se han cansado de repetir que la economía y los negocios británicos serán los perdedores con el divorcio. “El Brexit no tendrá un efecto negativo” en la UE, clamó el ministro de Finanzas alemán, Olaf Scholz, el pasado viernes en el Foro de Davos (Suiza). Añadió que será más difícil para los negocios de las islas, ya que les obligará a reorganizarse, especialmente dado que un 45% de las exportaciones británicas van a parar a la UE.
Sin embargo, la economía europea no saldrá sin rasguños. Europa sufrirá un golpe en un momento en el que sufre un lento declive, tanto desde el punto de vista de su riqueza como poblacional. Perderá a la segunda gran economía tras Alemania, con un 16% del PIB total de la UE, lo que también le convierte en el segundo contribuyente al presupuesto comunitario, con unos 13.000 millones de euros. El envejecido continente perderá a los 66,6 millones de consumidores británicos, la tercera nación más populosa por detrás de los 67 millones de Francia o los 83 millones de Alemania.
La incertidumbre sobre cómo será la futura relación entre la UE y el Reino Unido continuará pesando en las perspectivas económicas. Las últimas previsiones de otoño ya quedaron marcadas por el Brexit, aunque en noviembre el factor que lastraba el PIB europeo era la falta de claridad sobre el tipo de divorcio. Una vez encarrilada la salida ordenada para este viernes, la duda es el tipo de relación que ambos acordarán, y si lograrán sentar las bases mínimas antes del 31 de diciembre, cuando concluye el periodo transitorio.
La salida de Londres, gran defensora de la entrada de nuevos países, ha dado más influencia a los reticentes, encabezados por Francia y Holanda
Pero más allá de las cifras económicas, el bloque comunitario perderá peso e influencia en el exterior, justo en un momento en el que intenta reforzar su proyección en un mundo marcado por el choque entre EEUU y China. Sin el Reino Unido, la UE pierde una de las dos sillas en el Consejo de Seguridad de la ONU, y una de las dos potencias militares capaz de operar en todo el planeta. La otra pata es Francia, cuyo presidente Emmanuel Macron es el más interesado en potenciar las capacidades de Defensa de la UE e hinchar la soberanía europea.
Pero el impacto del Brexit en la UE no solo se limita a la pérdida del Reino Unido, sino también a las dinámicas que ha desatado entre sus antiguos socios, y las que provocará. Sale el miembro más problemático de la familia comunitaria. Pero el cierre de filas que se esperaba tras el referéndum y que se abrió con el proceso de Bratislava apenas ha dejado resultados significativos en la integración. Más visibles han sido las consecuencias en el campo de la ampliación, una de las vías tradicionales por las que la UE proyectaba su influencia en la vecindad. La salida de Londres, gran defensora de la entrada de nuevos países, ha dado más influencia a los reticentes, encabezados por Francia y Holanda. Así, Macron ha conseguido bloquear la apertura de las negociaciones con Albania y Macedonia del Norte, a pesar del gran apoyo que recibió por parte de las instituciones comunitarias y el resto de Estados miembros.
En Reino Unido, por su parte, las consecuencias directas serán mucho peores. Las estimaciones del propio Gobierno, publicadas hace poco más de un año, prevén que la salida de la UE con un acuerdo de libre comercio básico como el que está sobre la mesa supondrá la pérdida de un 6,7% de su PIB en los próximos 15 años. De ese coste, tres puntos vendrán de “barreras no arancelarias”, es decir, obstáculos al comercio del sector servicios, que no está incluido en el acuerdo que quiere negociar Johnson y supone el 80% del PIB británico. A eso se le suman gastos regulatorios y de certificación, entre otros. Al fin y al cabo, un gran número de bienes físicos que exporta Reino Unido, como alimentos, coches o piezas de avión, necesitan ser autorizados por los reguladores europeos.
A cambio, el comercio con EEUU y otros países podría añadir “en torno a dos décimas del PIB”, un porcentaje irrisorio en comparación con el coste. Al final, destacan, las leyes del comercio son como las de la gravedad: cuanto más cerca y más integrados estén dos territorios, más van a comerciar. Hacer acuerdos superficiales con países lejanos y con reglas diferentes no compensará en absoluto la pérdida de un mercado gigantesco en la puerta misma de Gran Bretaña.
Otro gran coste es el de la reducción de la inmigración europea a la isla, que dejará de ser un derecho automático desde el sábado: el Gobierno prevé que la caída del número de migrantes desde el continente arañe dos puntos al PIB.
Este martes, el Comité Asesor sobre Inmigración publicó un informe solicitado por el propio Johnson que rechaza un sistema por puntos que evalúe a los solicitantes de un permiso de residencia según sus habilidades, reafirmó sus costes al PIB y alertó de una caída de efectivos en el sector sanitario, especialmente enfermeros. El informe explica que, pese al estereotipo de que la inmigración quita el trabajo y baja los sueldos de los nativos peor formados, el efecto del recorte que esperan tras el Brexit “no tendría ningún impacto” en salarios y empleos disponibles. En parte, porque un gran número de inmigrantes europeos en Reino Unido realizan actividades de alto nivel profesional. Y, por otra, porque los que realizan labores de salario mínimo no serán reemplazados o, si lo son, sus sustitutos no estarán mejor pagados.
Y la mayoría de estos impactos se van a sufrir precisamente en las zonas donde Johnson cimentó su victoria electoral: el noreste de Inglaterra. Esas zonas obreras y olvidadas que votaron por el Brexit y por Johnson son, precisamente, las que tienen más en juego. Según un estudio de la Confederación de la Industria Británica, en 15 años, su PIB puede caer un 10,5% por las trabas al comercio europeo, del que dependen muchas empresas y familias de la zona.
La ventaja para Johnson es que ese daño no se verá inmediatamente. Es imposible explicar a los votantes un contrafactual sobre cómo hubiera ido la economía si el Brexit no hubiera ocurrido, especialmente en zonas deprimidas que ya llevan décadas sufriendo. El deseo de Johnson es dar el Brexit por hecho este viernes y pasar página cuanto antes, vistiendo las negociaciones comerciales de asuntos técnicos diferentes a la salida de la UE propiamente dicha.
El riesgo que corre el Gobierno es que los efectos sobre la economía de esas zonas no sean un lento goteo de cierres de pequeñas empresas y despidos por cuentagotas, que se puedan gestionar con ayudas desde Londres y planes de inversión, sino que haya una explosión simbólica. El cierre de la planta de Nissan en Sunderland, por ejemplo, afectaría de golpe a miles de trabajadores y a centenares de proveedores y tiendas locales. Si el Partido Conservador se convirtió en tóxico allí en los años 80 fue porque los cierres de minas alentados por Margaret Thatcher afectaban a comunidades enteras y sus responsables eran muy fáciles de identificar. El deseo de Johnson es que los efectos del Brexit sean más difusos y repartidos y se puedan compensar con el mensaje social de fondo: “pero, al menos, ya no nos dan órdenes desde Bruselas ni vienen tantos inmigrantes”.